Vivimos en una sociedad sobre estimulada, donde se impone la hiperactividad, una sociedad obsesionada por el hacer continuo y el alcanzar. Donde todo pasa demasiado de prisa y no hay tiempo para reflexionar, valorar o reconocer todo lo bueno que nos sucede, lo mucho que tenemos, lo que realmente necesitamos o deseamos. Donde es muy difícil encontrar momentos para vivir sin prisa, para disfrutar de no hacer nada, para mirar el futuro desde la calma. Encadenamos actividades y tareas sin ser conscientes de ello, pasamos los días entre estímulos que nos entretienen, entre dispositivos electrónicos que nos tienen interconectados las veinticuatro horas del día.
Hemos impuesto a nuestros hijos nuestro ritmo frenético de vida. Les hemos acostumbrados a estar siempre ocupados en alguna actividad. Cada pequeño momento libre tiene que ser optimizado, programado y orientado hacia un objetivo a conseguir. Después de las largas jornadas escolares, muchos de nuestros hijos y jóvenes siguen trabajando en sus clases de idiomas, música, manualidades, cocina o danza. Sin duda las actividades extraescolares les ayudan a aprender y adquirir nuevas habilidades y competencias, pero un exceso de ellas puede repercutir negativamente en su desarrollo. Los niños que crecen entre demasiada exigencia u obligaciones acaban sintiéndose estresados, saturados e infelices.
¿Fracasamos cuando nuestros hijos se aburren?
Percibimos que nuestros hijos se aburran como un fracaso personal. Nos asusta que pierdan el tiempo, que se sientan tristes, que se muestren desanimados o muestren poco interés por algunas cosas. Mantenemos la falsa creencia que quien hace más cosas tendrá mucho más éxito en la vida. Intentamos mantenerles siempre “distraídos”, les damos pocas oportunidades para pensar y procesar por ellos mismos. Sentir la frase de “papá o mamá me aburro” nos hace sentir nerviosismo, culpabilidad o inquietud.
El aburrimiento es una emoción muy importante que no solemos permitir ni cultivar. Un sentimiento imprescindible para el desarrollo personal que está muy relacionado con la capacidad de espera, la autonomía personal, la autoestima y la tolerancia a la frustración. El aburrimiento es muy positivo para nuestro cerebro, nuestra mente, nuestras emociones y nuestro ser. Una emoción indispensable para poder conectar con nuestro interior, con nuestras emociones, recelos o deseos. Para ser conscientes de todo aquello que pasa a nuestro dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Frenemos la espiral de la hiper estimulación
El tiempo para no hacer nada es pedagógicamente esencial. Enseñar a nuestros hijos a tolerar el aburrimiento y a no buscar la diversión constante les prepara para un futuro más realista, les enseña que la vida no es un festival de constante. Frenar la espiral de hiper estimulación al que están sometidos pasa por hacerles descubrir los placeres simples de la vida, por enseñarles a priorizar la calidad a la cantidad, por educarles en el aquí y el ahora. Romper con las actividades dirigidas y las obligaciones les regalará la oportunidad de descubrir nuevas vías de aprendizaje, de investigar fórmulas para pasarlo bien.
Cuando nuestros hijos se aburren conectan con su esencia, su propia creatividad, exploran e imaginan. El aburrimiento dispara la imaginación, les regala la oportunidad de buscar soluciones por sí mismos, para crear desde la reflexión y el entusiasmo. El aburrimiento es un conflicto que potencia la autosuficiencia, el pensamiento crítico y el espíritu autónomo. Fomenta la meditación, la reflexión y el altruismo. Nos obsequia tiempo para decidir desde la calma, para descubrir los propios intereses y necesidades.
La monotonía regala a la mente la posibilidad de oxigenarse, de volar y fluir, de soñar y construir. Crea un escenario perfecto para aprender a vivir de forma más relajada facilitando la concentración, la observación y la paciencia. Los niños y jóvenes que aprenden a hacer frente al aburrimiento acaban siendo habitualmente más tolerantes, felices y posen un mejor autoconocimiento y autorregulación. Se muestran mucho más flexibles y son capaces de gestionar mucho mejor el tiempo. Un tiempo libre sin tareas o actividades permite a nuestros hijos escucharse sin prisas, conocerse con tranquilidad, construir su propia identidad.
¿Cómo podemos ayudarles a gestionar el aburrimiento?
Bertrand Russell afirmaba que “Una generación que no soporta el aburrimiento, es una generación de escaso valor”. Dejemos que nuestros hijos se aburran de forma moderada para obtener un bienestar emocional y mental que les permita imaginar y crear sin medida, para que disfruten del no hacer nada, para que aprendan que al aburrimiento se le mata a base de la imaginación y el interés por hacer cosas que la mente aún no puede visualizar.
Fuente: El País, España