Los varones tienen un mayor riesgo de padecer estas patologías. Las variables más relevantes para el ajuste personal de ellos son “demostrar habilidad, competir y ganar”, según los expertos

 

Cualquiera que tenga cerca adolescentes de ambos géneros habrá observado que a ellos les fascina jugar con videojuegos y que ellas se decantan por pasar horas chateando y en redes sociales. Pues bien, lo que respondía a una intuición tiene base científica. Así lo corrobora Detección temprana y prevención de adicciones tecnológicas en adolescentes, un informe realizado por la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia, España, 

 

El psicólogo José Antonio Tamayo afirma que “las adolescentes podrían tener una mayor inclinación por la interacción social y la cooperación; algo que podrían satisfacer en mayor medida a través de tecnologías de carácter interpersonal, como el teléfono móvil o internet”. Tanto es así que su autoestima a menudo depende de los likes conseguidos en redes sociales. A los padres, sin duda, nos puede parecer una pérdida de tiempo (y una soberana estupidez), pero al menos en principio, no supone un problema grave. Los videojuegos y los juegos de azar, si: la adicción.

 

Una edad peligrosa

 

Según el psicólogo de Activa Psicología, la adicción a las tecnologías en población adolescente ronda el 5%, con un inicio más precoz en los varones. Es evidente que es una edad complicada. “Son especialmente vulnerables por la etapa evolutiva en la que se encuentran. No están formadas todavía las áreas cerebrales de la planificación y el control y esto influye en la toma de decisiones que les conduce a asumir mayores riesgos sin ser conscientes de las consecuencias derivadas de la forma en que utilizan las tecnologías o el modo de relacionarse con ellas”.

 

A mí no me va a pasar

 

Claro que eso no va con ellos: “Gran parte de las conductas de juego manifiestas sugieren una combinación de expectativas positivas y negativas en torno al juego que podrían diluir el riesgo general de la adicción. Y lo mismo ocurriría con el resto de las adicciones tecnológicas: videojuegos, móvil y redes sociales, lo que nos sugiere que se trataría de un mecanismo interno para disminuir la disonancia y mantener la autoestima intacta mientras se sigue llevando a cabo la actividad que necesitan y de la cual ya dependen”.

 

Ante esta dicotomía, se decantan por el “eso a mí no me va a pasar”, incluso cuando ya tienen problemas, que los que suelen culpabilizar a otras situaciones o circunstancias.

 

El año pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe en el que se catalogaba el abuso de los videojuegos como un trastorno.

 

Expertos en salud mental y organizaciones en defensa de los derechos de los menores reclamaban esta distinción a la OMS desde hacía años. Por su parte, la industria del videojuego vio “precipitada” esta decisión.

 

Y es que el porcentaje de personas que se ven afectadas por el uso descontrolado de los videojuegos online se sitúa entre el 1% y el 10% en los países occidentales, según Vladimir Poznyak, experto de la OMS en consumo de sustancias y conductas adictivas.

 

Es por ello que expertos en psicología juvenil recomiendan establecer horarios y rutinas de juego para evitar el desarrollo de conductas adictivas. También aconsejan a los padres combinar las horas dedicadas a los videojuegos con otra serie de actividades que se realicen en compañía y que impliquen un movimiento físico

 

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Más importante la relación que las horas

 

Ante esta perspectiva, es evidente que los padres debemos estar muy atentos a los posibles síntomas, que no siempre se corresponden con el tiempo que pasan ante la pantalla, sino con la relación que se establece con ella. “Los criterios de adicción definen una forma de utilización o relación con la tecnología esencialmente adictiva. Es decir, no es tanto el número de horas que la persona pasa conectada, sino la relación que establece la persona con una actividad que se vuelve una afición descontrolada e irrefrenable”.

 

En ese sentido, los síntomas que denotan esa relación patológica serían los siguientes:

 

Necesidad de uso creciente de la tecnología para conseguir los mismos beneficios que al inicio (tolerancia).

Reacciones emocionales negativas ante la imposibilidad de usar la tecnología o ante un tiempo considerable sin poder usarla (síndrome de abstinencia).

Uso excesivo de las tecnologías que interfiere con todas las esferas de la vida de la persona.

Dificultades para dejar la tecnología a pesar de ser consciente de las consecuencias negativas de esta conducta.

Modificación del estado de ánimo como estrategia de escape aprendida para hacer frente a las dificultades propias del curso de la vida.

Pérdida de oportunidades académicas y/o laborales.

 

Fuentes: La Vanguardia y El Pais.